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GUIllermo Mollinedo: Doble Fondo

JULY 27 - SEPTEMBER 14, 2024


A Solo exhibition of paintings by Mexican artist, Guillermo Mollinedo, exploring the practices and imagery of drug trafficking and cartels.


Most of these works, primarily stem from initial attempts to address drug trafficking through painting. They represent a convergence of motivations that, at the time, lacked a logical or predetermined order; some were driven purely by intuition.

Initially, I was convinced that my paintings needed to resonate with my personal experiences and the immediate social realities around me. Despite drug trafficking losing prominence in the state's discourse and media during the Peña Nieto era, it remained a palpable reality, visible everywhere one looked.

On the other hand, I found myself drawn to the violent imagery used in the terror propaganda employed by the cartels, particularly since the rise of the Zetas cartel. This attraction seemed to resonate with a deeply personal period of suppressed anger, a realization that only became clear to me later on.

As I began my initial attempts to address the subject, an unexpected question arose that challenged my painting practice and brought it to a crossroads. I soon recognized the expressive limitations of my photorealistic technique in tackling the complexities of drug trafficking and violence. This perceived incompatibility and the necessity to overcome, it created a continuous state of tension. My objective was not to abandon my painting style but to push painting boundaries to its limits.

The relationship that developed between the subject matter and my technique enabled me to see painting not just as a static tool of representation, but as a medium through which the reality I sought to recreate could actively influence the material nature of my work. A clear example of this concept can be seen in my later pieces, where I depicted drug packages resolved through layers of dried oil resembling adhesive tape.

Another significant interest during that period was Viennese Actionism. The visual correlation between the images and recordings of performances from this post-war artistic movement, alongside the prevalent violent scenes in the country, revealed a disturbing parallelism. It suggested that the darkest aspects of human nature, influenced by the aftermath of war, had spilled over here too.

Finally, for a long time, I believed that my deepest internal motivation in painting these images was to depict a personal sense of isolation. However, one night, while writing about my work, a memory from my family's past, long buried in my subconscious, surfaced. This revelation, though its significance wasn't fully clear to me at the time, made me realize that I had been attempting to paint that image all along.

The most recent piece in this series, Nuestro Padre Protector (Our Protected Father), portrays a military man and politician who served as Secretary of National Defence during the Peña Nieto government. He was later accused of connections to drug trafficking and subsequently pardoned by the current López Obrador administration. This work exemplifies the ambiguity inherent in our institutions, which are often viewed with suspicion and with which we must inevitably contend. It also references a paternal authority figure typical in Mexican society, particularly prominent in generations preceding mine and my own. This figure is often perceived as impenetrable, characterized by a violent machismo that raises doubts about his true intentions—whether protection or submission, or perhaps both.

La mayor parte de estos cuadros  son el resultado de los primeros intentos por abordar  al tema del narcotráfico a través de la pintura. En estas piezas confluyen una serie de motivaciones que en su momento no tenían un ordenamiento lógico o predeterminado, algunas estaban en el plano de la intuición.  

En principio partí de la convicción de que mi pintura necesariamente debía hablar y nutrirse de una condición personal  y del entorno o la realidad social inmediata.  El fenómeno del narcotráfico  durante esos años pese a que había perdido presencia en el discurso del Estado y en los medios de comunicación (durante el periodo de Peña Nieto) continuaba siendo una realidad palpable al descubierto, presente a donde se dirigiera la mirada.

Por otra parte,  mantenía una atracción por las imágenes violentas de la propaganda de terror que los carteles habían implementado a partir del surgimiento de los zetas.  Una atracción que a su vez conectaba o respondía quizá, con una etapa personal crítica de ira contenida de la que no era consciente hasta tiempo después.

Mientras realizaba los primeros intentos por abordar el tema, surgió de manera inesperada un cuestionamiento que problematizó mi práctica pictórica y la llevó a una especie de encrucijada;  pronto me percaté de las limitaciones expresivas de mi técnica de tipo foto realista para abordar el tema del narcotráfico y la violencia.  Esta incompatibilidad que percibía y la necesidad de superarla, mantuvo un estado permanente de tensión, no por romper con una manera de pintar, sino por empujar en la medida de lo posible los límites de mi técnica.

Esta relación que se estableció entre el tema y la técnica, me permitió entender lo pictórico no solo como un instrumento de representación estático,  sino que la realidad que intento recrear a su vez, también debe ser capaz de modificar la naturaleza material de mi pintura.  Las piezas que realizaría posteriormente de paquetes de droga solucionadas con capaz acumuladas de óleo seco en forma de cintas adhesivas, son un ejemplo más claro de esta idea.

Otro de los intereses particulares en ese momento fue el Accionismo Vienés,  la relación visual entre las imágenes / registro de los performances de este movimiento artístico de posguerra y las escenas violentas que podían verse en el país, me mostraban un paralelismo inquietante  que parecía reafirmar que también aquí se había desbordado esa parte oscura de la naturaleza humana condicionada por las consecuencias de una guerra.

Finalmente,  durante mucho tiempo  consideré que la motivación interna más profunda para pintar estas imágenes tenía que ver con retratar una condición personal de aislamiento; sin embargo, un noche mientras escribía sobre mi trabajo se reveló una imagen del pasado familiar oculta en la memoria, que sin ser consciente de ella pese a su importancia sin duda había sido determinante, de muchas maneras había estado intentando pintar esa imagen.

La pieza más reciente de este grupo, Nuestro Padre Protector, es el retrato de un militar y político, secretario de la Defensa Nacional durante el periodo de Peña Nieto, posteriormente acusado de vínculos con el narcotráfico y a la vez desagraviado por el actual gobierno de López Obrador, un ejemplo de la ambigüedad presente en nuestras instituciones manchadas por la constante sospecha y con las que irremediablemente tenemos que convivir; pero también alude a un tipo de figura de autoridad paterna propia de la sociedad mexicana,  quizá más presente en generaciones cercanas a la mía y anteriores;  impenetrable, marcada por un machismo violento que también hacía sospechar de sus verdaderas intenciones, la protección o el sometimiento, o ambas.